Ha generado repercusiones la frase del Presidente respecto a la actitud que debe asumir la población ante el coronavirus. “Hay que aguantar y resistir”, ha dicho el Mandatario. No es malo alentar esa estoica conformidad ante un hecho inevitable; es siempre mejor no sumar a los daños materiales una debilidad de alma. Pero también se puede entender en otro sentido, como un trasunto de insensibilidad y de dureza. Sobre todo cuando se mezcla con la politiquería.
En materia de elecciones, no acabábamos de concluir la anterior y ya tenemos a la vista otras ¡Qué insensatez! Así no se acaba nunca la etapa electoral. Y es cuando los políticos le sacan todo lo amargo de una frase. Entre políticos nadie ve el lado bueno sino más bien el malo. La lucha es encarnizada y rencorosa. Esa conducta entre candidatos, con silletazos y todo, es una lección para las generaciones que siguen. Tal como se los ve, así también disputarán ellas, a dentelladas, como en la jungla.
El lector que ha seguido hasta aquí, tal vez está suponiendo que estoy defendiendo alguna una posición política. Y no es así. Soy un ciudadano de a pie que ve las cosas desde la calle. Un tiempo, me aproximé a esas alturas donde el sorojchi (el mal de la altura) persigue sin tregua. Sé que el cargo transfigura y convierte en otra persona, distinta a la que ingresó. Y no he de transgredir ahora, a sabiendas, ninguna norma ética. Soy persona honrada.
Si el Presidente Arce no hubiera añadido más palabras a la frase ya mencionada, podría considerarse un mandatario fino y comprensivo, hasta con potencial aptitud pedagógica; hubiera quedado como si su sola intención era infundir valor en el pueblo, a fin de que resista con denuedo la avalancha del virus. Pero añadió que el pueblo “aguante así como aguantó al gobierno de Jeanine Áñez”. Eso es injusto y falso. Lo real es que, como segunda vicepresidente del senado, ella se vio obligada a asumir el cargo. Los masistas huyeron abandonando el poder. En buena cuenta, ellos le entregaron a Jeanine la presidencia.
En lo que hace a la lucha misma este gobierno, igual que el anterior, utiliza el palo de ciego para combatir a la pandemia, sin un plan global ni organización institucional para atender contingencias. Seguimos con carencias de todo tipo. Los hospitales están colapsados, no hay insumos, no hay equipos ni recursos humanos suficientes. Sólo hay una esperanza, y es que pronto lleguen también las vacunas a Bolivia. Entre tanto, no nos queda otra que esperar, repitiendo la divisa de los chinos: “No importa de qué color sea el gato, con tal de que cace ratones”.
Ciertamente, no soy el único ni el primero en mencionar las falencias y las vacunas ideologizadas. Pero es preciso reconocer la necesidad de tener un plan de acción en la mano. La gente debe saber que se distribuirá en orden, sin discriminaciones políticas ni disputas irracionales. Hay que evitar eso, aunque el virus nos esté tocando ya la puerta. Somos reacios a efectuar planes, no obstante que la indisciplina hace más pobre nuestra pobreza.